·
No use crying over some techno
·










·

jueves, 19 de noviembre de 2009

Anabel

· Hay este cuaderno lleno de jirones sueltos, estas ganas de ponerme a completarlos, de llenar los huecos y contar otras cosas de anabel, pero lo que apenas alcanzo a decirme es que me gustaría tanto escribir ese cuento sobre anabel y al final es una página más en el cuaderno, un día más sin empezar el cuento (...)

Diario para un cuento. Cortázar

·

Vomitaba copiosamente. Se la veía que vomitaría la vida en cualquier momento. Pálida, empapada en sudor frío, salpicándose los tacones y el bolso con la frente apoyada sobre el cristal de la parada del tranvía. Musitó que Anabel entre esputos y bilis mejilla abajo.

Había sido literalmente arrojada desde la puerta trasera de un coche viejo y sucio, nada espectacular ni trascendente. Mucho menos en el barrio de las putas. Tras rodar por tierra y tambalearse un poco, aguardó a que el coche se perdiera de vista rotonda a la izquiera al final de la calle para dejar de rendir pleitesía a su presencia y provocarse el vómito con violencia y desesperación.

Mi mano le venía grande a su frente, así que aproveché para sujetársela en sus últimas arcadas y además recogerle el pelo suavemente. Era mayor que yo, y aún así a todas luces una niña, de esas que por ser niña no precisan de inocencia para definirse como tal.

Fue una pluma en mis brazos camino de casa, todo miembros huesudos e inertes queriendo tocar el suelo sin mi permiso.

Meses más tarde creí entender su historia cuando me encontró en aquel café. Nada más verme me atacó atropelladamente con su cháchara desenfadada y con unas “gracias” que sonaron sinceras de verdad entre tantas risotadas maliciosas y pillería de barrio. Fue entonces cuando Anabel se me mostró tal y como era, o tal y como alguna vez decidió ser.

Las bromas a los parroquianos del local, su actitud, su mirada de autosuficiencia; no sirvió más que para remarcar la oscuridad que destilaron sus ojos cuando le pregunté por el día en que nos conocimos.

- Ese hijoputa intentó matarme y además yo le di la idea de cómo. Que necesitaba inspiración para su obra, decía el cabrón. Que le ponía más escribir sobre una muerta.

Nada más patético que una puta triste, y sin embargo me conmovió darme cuenta de que Anabel había querido a ese hombre. Lo noté en el café y lo noté cuando aquel día, vi instalarse la desolación en sus labios morados y temblorosos. Cuando justo antes de desvanecerse entre mis brazos me dijo:

- Sólo quiéreme esta noche y ni te cobro ni na’.

5 comentarios:

  1. Decadente. Putas y puñetazos. Me gusta lo de que él quisiera escribir sobre una muerta.

    ResponderEliminar
  2. Además él es Julio Cortázar...
    Es una historia muy larga xDDD

    ResponderEliminar
  3. Cortázar es maravilloso. Lee Rayuela pero ya. Aunque sea un capítulo suelto!

    ResponderEliminar
  4. "no hay nada más patético que un puta triste"


    :D

    ResponderEliminar
  5. Esa frase me la criticaron en el taller xD
    Porque la expresión "puta triste" tiene dueño desde "memorias de mis putas tristes" :(
    Pero yo sigo pensando que mis putas tristes no son sus putas tristes, de hecho no he leído el libro xD

    ResponderEliminar