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lunes, 18 de octubre de 2010

Clavos, tornillos y arandelas

Resina sintética adherida a una superficie vertical o pared. Cuando el calor hace su efecto, la fina capa de resina se expande de la misma manera que lo hacen los poros, las pequeñas imperfecciones y recovecos microscópicos de una pared cualquiera sometida a la dilatación favorecida por un incremento de temperatura. En principio se mueven ambos materiales al compás, o al unísono o como sea, pero juntos; no en vano la capa de pintura es una prolongación micrométrica de la superficie que recubre. Pero con el desgaste puede acabar resquebrajándose. Cuando se dilata una vez, dos, tres, cientos. Al final la resina se cuartea y la representación de la que formaba parte queda deformada, triste, rota. A penas colgando miserablemente de una pared cualquiera.

De ahí que en los más prestigiosos museos las pinturas estén protegidas de los agentes externos hasta el más mínimo detalle: nada de visitantes irrespetuosos con gigantescos flashes adosados a descomunales réflex prolongación de sus diestros ojos. Nada de temperaturas extremas: climatización industrial para la preservación histórica del arte. Para que diminutas personitas puedan contemplar humildemente una obra a veces grandiosa, a veces difícil de comprender, a veces un simple engaño de algún embaucador.

Pero nadie tenemos un museo. No tenemos los medios para que nuestras pequeñas cosas queden sujetas firmemente a la pared. Recurrimos a gran cantidad de utensilios como clavos, tornillos y arandelas que pueden dañar la pared, o aquello que queríamos colgar. O que son demasiado pequeños como para sujetar el peso que deseas que soporte un estante. O demasiado largos, habiendo de dejarlos sobresalir de la pared peligrosamente. Y estas cosas, ya se sabe; se fabrican con tamaños normalizados para favorecer su uso en aplicaciones industriales y poder tener algún tipo de acuerdo unánime a nivel internacional. Pero es de mi cuarto y de mi vida de lo que estamos hablando, ¿no?

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