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No use crying over some techno
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martes, 3 de julio de 2012


Nuestra participación en la tarea consistía en desplumar gaviotas a orillas del mar, entre las rocas, donde normalmente anidaban, únicamente aquellos días en que el viento soplaba directo desde el mar y éste rugía frío y corrosivo. Sólo bajo esas condiciones era posible acercarse lo suficiente a los animales sin ser descubiertos, sólo así conseguíamos, a lo sumo, cazar una o dos.
Existía además, aquella hiriente facilidad para desnudar recuerdos cada vez que nos dedicábamos a matar a los pájaros. Con el fuerte viento se volaban rápido y lejos, fuera del alcance de cualquiera, aunque dejarlos salir nos aseguraba una leve resaca cuando, una vez en casa, la luz mortecina, seca y caduca de la instalacion eléctrica mantuviera hermética, aquella sensación de vegetación muerta suspendida en el aire.
Por otra parte, este tipo de cosas nos hacía sentir invencibles, el poder deshacerse del veneno con un gesto cruel pero sencillo. Resultaba más fácil enterrar el remordimiento, que deshacerse de la incómoda sensación de sentir restos de saliva de un beso pastoso en la frente.
Además esas noches solíamos acostarnos pronto, sin leer, sin hablarnos ni escuchar la música de sintetizadores que nos gustaba. Cambiábamos lo de cerrar los ojos y concentrarnos en deshilachar mentalmente los bucles y percusiones rítmicas de que se servía cada canción, por unos tapones de espuma para los oídos y unas ventanas cegadas,  y así propiciar un sueño terapéutico supongo, de pesado silencio y opresora oscuridad autoimpuestos.
Las almohadas rellenas con las plumas eran nuestra garantía de descanso.

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