Sudado quizá, esta noche de verano, dime, por qué no. Buscar, ese otro camino que hasta ahora te tenían quién sabe si prohibido, vetado. Empezar por calcinar huesos de santo, que rezumarán el líquido que les quede, lo que sea que hubieran atrapado en su vida de correosa abnegación y ausencia de carne quemada en vallas electrificadas de caminos prohibidos, vetados.
De sangre caninos teñidos, afilados para, pongamos, masticar y partir. Partir a la presa sin masticar la pena, que diríase. Si bien diríase mejor partir (en pos de) para masticar (a ti, donde estés). Lo que sería entonces buscarte, de noche, despierto alerta, caliente. Mi piel sudada al contacto, mi aliento suavemente sobre la nuca.
Mi gustar. En una palabra: canino. Como las ganas de quemar ciudades. O lo de pintarlas de rojo, que dicen los ingleses.
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